sábado, 1 de mayo de 2010

FURIA DE TITANES de Louis Leterrier

Desprecio del eje X

Resulta realmente complicado hacer un acercamiento crítico a una película de 118 minutos cuyos responsables han centrado todos sus esfuerzos y la mayor parte del presupuesto en tres secuencias muy concretas: el ataque de los escorpiones gigantes, la lucha con Medusa y el clímax final con el Kraken. Porque todo lo demás, incluidos argumento, guión e interpretaciones son demasiado ridículos como para merecer comentario alguno.

La primera de las secuencias citadas era, por diseño, especialmente propicia para usar el eje X de las tres dimensiones, esto es aquel que va de la superficie de la pantalla a las narices del espectador. Sin embargo las tenazas de los escorpiones gigantes nunca llegan a sobrevolar la platea del cine y empieza el mosqueo. ¿No se iba a desatar la furia en 3D? ¿Por qué entonces no intentan los escorpiones gigantes rasgarme el rostro? A ver, que no estamos precisamente ante una obra de autor, ni siquiera ante una demo de lujo como AVATAR sino ante una pura y dura 3Dexplotation.

La segunda gran secuencia está mejor resuelta, aunque cuando llega ya tenemos claro que todo el 3D de la peli va a ser hacia el fondo de la pantalla y no hacia nosotros. La razón, según me explica un amigo experto en el tema, es que usar el eje X es mucho más complicado técnicamente (y es más fácil que se pierda el efecto óptico) que si el 3D es de la pantalla hacia el fondo. Lástima, las serpientes que decoran el pelo de la medusa, con sus dientecitos y todo, no llegarán nunca a mordernos.

El clímax final, donde sale el largamente anunciado Kraken, es lo mejor de la película. El bicho realmente impresiona y las capas sucesivas que conforman el 3D de FURIA DE TITANES están bastante bien combinadas. Lo que ocurre es que en el conjunto del metraje de la película, este clímax resulta corto y además se resiente de un montaje excesivamente picado. Lo que lleva a plantearse hasta qué punto el elevadísimo número de planos montados a gran velocidad por obra y gracia de la edición no lineal que caracteriza al actual cine de Hollywood es compatible con el uso de un sistema de visionado que tiene su gracia en el disfrute del contenido de cada plano y no sólo en su concatenación. O dicho de otra forma, las 3D añaden precisamente eso, una nueva dimensión susceptible de contener información que puede ser relevante si no para la historia, sí para la composición del plano y a la postre para el discurso del director. Con planos tan cortos (tanto en duración como en cercanía al motivo filmado) la tercera dimensión se aprecia sobre todo como un ruido.

Además, si bien en las películas de animación o que combinan infografía con imagen real, el volumen de las criaturas suele quedar bastante ajustado, cuando en FURIA DE TITANES hay secuencias habitadas sólo por humanos, éstos parecen encoger de tamaño según se acercan al fondo de la composición mientras que en determinadas angulaciones, las cabezas de los actores se agrandan hasta volúmenes similares a los de John Merrick.
Sí resulta interesante el efecto tridimensional en las secuencias aéreas y aquellas que ocurren en las calles y mercados de la ciudad y cómo se pasa de las dos a las tres dimensiones en la secuencia de apertura. Aunque el efecto “teatro de juguete” no llega nunca a desaparecer del todo.

Una recomendación para los que se sientan decepcionados y añoren la versión de FURIA DE TITANES de 1981: las enseñanzas del gran Harryhausen sí han tenido continuidad en el mundo digital, pero su ejecutor no se apellida Leterrier sino Selick.

NADIE SABE NADA DE GATOS PERSAS de Bahman Ghobadi

24 HOURS ISLAM PEOPLE.

NADIE SABE NADA DE GATOS PERSAS de Bahman Ghobadi. Por Nacho Cabana.

En Irán está prohibido sacar perros y gatos a la calle, pero mucha gente los tiene dentro de sus casas. Los felinos persas son, además, unas mascotas bastante cotizadas que el régimen de Ahmadineyad obliga a mantener encerradas dentro de las casas de sus propietarios. Para Ghobadi, el rock, el heavy, el rap y hasta el pop más meloso es, hoy en día, en la sociedad iraní, como un gato persa: algo bello que hay que mantener oculto a los ojos de la ley.

Cuenta el autor de LAS TORTUGAS TAMBIÉN VUELAN que conoció a los componentes de un grupo de rock (con chica cantante, algo aún más insólito en el islam persa) semanas antes de que emigraran a Londres en busca de un clima musicalmente más propicio (a decir verdad, comparado con Teherán, hasta el Madrid de Álvarez del Manzano era el Manchester de los 80) Y decidió hacer una película sobre este banda musical antes de que se fueran del país. Así surge NADIE SABE NADA DE GATOS PERSAS, grabada clandestinamente en sólo 18 días en sótanos y azoteas de Teherán; mintiendo a las autoridades encargadas de gestionar los permisos necesarios para grabar los exteriores a pie de calle; haciendo cada noche tres copias del material grabado y guardándolas en diferentes lugares por si la policía irrumpía en algún domicilio, las requisaba y enviaba a sus responsables a la cárcel (lugar en el que, por cierto, se encuentra Jafar Panahi, director de EL CÍRCULO y compañero de generación de Ghobadi)

Evidentemente, todas las circunstancias que rodean NADIE SABE NADA DE GATOS PERSAS son parte fundamental del discurso fílmico de ésta. Y lo primero que sorprende durante su visionado es que su director haya elegido la ficción para mostrar el submundo de la escena musical en Teherán en un lugar de un documental. La no ficción habría sido un medio más directo y eficaz de dar a conocer las personas que presenta, la música que hacen y los problemas que ello les acarrea. Máxime cuando no se resiste a hacer videoclips de buena parte de las actuaciones. Es como si en CROSSING THE BRIDGE, Fatih Akin hubiera vehiculado el repertorio musical de Estambul al devenir de unos personajes concretos.

No obstante, Ghobadi resuelve su película con innegable encanto y talento. Hay mucho material (muy bien) editado pese a haber contado con menos de tres semanas de grabación. Los tres protagonistas se interpretan a sí mismos con soltura y momentos de genio, especialmente en el caso de Negar Shaghaghi. La película tiene momentos divertidos y otros muy duros (el fuera de campo en el que un policía despoja a la protagonista de su perro) y sobre todo un amplio repertorio de estilos musicales que en un país libre darían lugar a una escena musical muy interesante aunque eso sí, mimética de los gustos occidentales.

Afortunadamente, Ghobadi no se empeña en utilizar los conflictos típicos de las películas con/sobre grupos musicales, así que en NADIE SABE NADA DE GATOS PERSAS no hay discusiones sobre el tipo de música que han de hacer, ni competiciones por el liderazgo, ni disquisiciones acerca de la conveniencia de prostituir la música para llegar a más público, ni ataques de ego, ni drogas ni ninguno de los tópicos que suelen hacer insufrible el subgénero. A cambio, la historia se hace repetitiva en algunos momentos y Ghobadi no puede resistir cambiar el final feliz de la historia real por otro más trágico y desesperanzador.

Una película que interesará a los amantes de la música más inquietos y cuya nacionalidad no ha de echar para atrás a los que alguna vez han roncado durante la proyección de una película de Kiarostami.

Aunque, al final, nos quedemos con ganas de saber más de los músicos que no la protagonizan pero cuyas canciones sí tenemos el privilegio de escuchar.

TWO LOVERS de James Gray

LA ÚNICA ELECCIÓN POSIBLE.

TWO LOVERS de James Gray. Por Nacho Cabana.

WARNING: Contiene spoilers.

No resulta demasiado complicado repensar TWO LOVERS como una comedia romántica. Habría que cambiar algunas cosas, evidentemente, pero no demasiadas. No en vano, tenemos a un hombre (Leonard Kraditor interpretado por Joaquin Phoenix) entrando en la cuarentena que se tiene que decidir entre dos mujeres: Sandra Cohen (Vinesa Shaw) y Michelle Raush (Gwyneth Paltrow) La primera es la elegida por su familia y la segunda es de quién él se encuentra realmente enamorado. El devenir del protagonista entre uno y otro amor constituirían el grueso de la hipotética comedia en la que, al final, veríamos triunfar al amor verdadero: Leonard correría contra reloj en busca de su amada que sonreiría al verle llegar al aeropuerto con un anillo de compromiso en la mano.

Pero… ¿Y si no es así? ¿Y si en la vida no puedes tener a la mujer a la que amas realmente y te tienes que conformar con la que tu familia ha elegido para ti? ¿Y si esta opción no es necesariamente negativa? ¿Y si el pasado pesa tanto en tu vida que un amor acomodado puede darte un futuro más feliz que un presente anclado en una juventud eterna y caducada?

Esta son básicamente los interrogantes que se plantea James Gray en su último largometraje que llega a nuestras pantallas justo un año después de su presentación en el festival de Cannes. Una historia de amor a dos bandas en la que el protagonista no tiene todas las opciones al alcance de su mano, en la que el amor no lo puede conquistar todo, en la que no existe el destino si no sólo un hombre marcado por un fracaso sentimental que vive el espejismo de poder elegir su amor futuro pero que al final ve como su única opción es abrazar lo posible o la nada. Y esta elección final no es presentada, en ningún caso, como una resignación o un fracaso. Quizás Leonard sea con Sandra mucho más feliz que lo que hubiera sido con Michelle, aunque sólo su madre (estupenda una Isabella Rossellini, físicamente lista para un remake de SONATA DE OTOÑO) sepa realmente lo que ha ocurrido de verdad en el transcurso de la fiesta/clímax.

Gray incorpora al personaje principal de su relato (inspirado en la novela de Dostoyevski, “Noches blancas”) un trastorno bipolar que refleja y justifica la dicotomía de su vida amorosa al tiempo que hace sobrevolar sobre toda la película la amenaza de una catástrofe que nunca llega a producirse (o, más bien, acaece nada más comenzada la proyección) tiñendo de un cierto fatalismo cada una de las acciones de su protagonista.

Joaquin Phoenix, en su última interpretación antes de convertirse en su alter ego rapero (personaje con el que se ha paseado por el mundo durante un año y que felizmente acaba de abandonar) da vida a Leonard con contención, sobriedad e intensidad. A su lado, tanto Paltrow como Shaw le dan la réplica con solvencia y credibilidad si bien sus personajes se resienten de estar al servicio del conflicto de Phoenix y de no tener demasiada entidad en sí mismas. Como ocurría con la mayoría de los amantes/novios de Samantha y compañía en SEXO EN NUEVA YORK, los dos vértices del triángulo femenino de TWO LOVERS actúan y se comportan en función de las necesidades dramáticas del protagonista masculino y no según las propias. Y si en el caso de Michelle/Paltrow al menos sus cambios de actitud están justificados (aunque da la impresión de que sus problemas con las drogas sintéticas se han quedado fuera en el montaje final) Sandra/ Shaw está demasiado forzadamente al margen de los movimientos pendulares del corazón y la cabeza de su novio (¿no reacciona, no se da cuenta de que Phoenix abandona su fiesta para ir en busca de la Paltrow?)

Un “pero” que, afectando al conjunto, no merma en exceso una película algo triste, fotografiada en preciosos tonos gris azulados, muy bien dirigida y sobre todo desacostumbradamente adulta para lo que cine estadounidense con estrellas nos tiene acostumbrados.